Ha superado una encefalitis y cuatro divorcios, ha tocado fondo mil veces por culpa del alcohol. Pero siempre acaba por resucitar de sus cenizas. La estrella de 'Cabaret', de 61 años, llena de energía, vuelve a actuar en España
BARBARA CELIS - Nueva York - 04/08/2007
Los ojos oscuros y grandes que llenaban la pantalla en Cabaret no han cambiado, aunque en su rostro queda patente que ha intentado atenuar el paso del tiempo. Las pestañas postizas que lucía hace 25 años en aquella película de Bob Fosse también siguen estando milagrosamente ahí. Y el corte de pelo años veinte de su personaje, Sally Bowles, no ha variado.
Pero la cantante, actriz, bailarina y, sobre todo, estrella del pasado, Liza Minnelli, no es la misma que recibió el Oscar con sólo 26 años por protagonizar un musical que pasaría a la historia y a cuya imagen ha quedado unida desde entonces. Desde entonces ha hecho grandes cosas, como el especial Liza with a Z, su famosa gira con Frank Sinatra y Sammy Davis Junior, y ha grabado decenas de discos, incluido Replacements, una intensa colaboración con el grupo de dance Pet Shop Boys a finales de los ochenta. Pero esta estrella del show business, cuya energía, porte y corrección sin duda pertenecen a otra era, ha tocado fondo tantas veces por culpa del alcohol que parece casi un milagro que a sus 61 años, tras haber superado una encefalitis que casi la mata y un cuarto y estrepitoso divorcio, resucite de sus propias cenizas y se prepare para venir a España, país que visitó hace ya dos décadas.
Actuará el día 8 en Marbella, el 10 en Cap Roig, el 12 en Madrid y el 15 en Santander y promete dar un espectáculo único, del que dice estar orgullosa. "Es muy raro que yo diga algo así, pero es cierto, es lo más duro que he hecho en mucho tiempo. Me han reemplazado las dos caderas, la rodilla y aun así no paro de moverme, porque, como dice mi profesor de baile que tiene 82 años, no te puedes parar porque si no, te empieza a doler todo". Minnelli subraya muchas de sus frases con sonoras carcajadas que aunque formen parte del espectáculo de su presentación ante la prensa, son un brillante ejercicio de interpretación que podría pasar por genuina sinceridad.
Recibe a un grupo de periodistas españoles vestida con mallas negras y una holgada camiseta. Tras ella esconde un cuerpo que ha sufrido los vaivenes de la obesidad extrema, de la que por fin parece haberse zafado a base de disciplina vital.
¿Sabéis dónde estáis, verdad?", inquiere curiosa. Son los estudios de danza de otra leyenda viva, la coreógrafa Martha Graham, una de sus amigas íntimas, donde está ensayando para un espectáculo que consta de dos partes: en la primera cantará "los temas que me gustan a mí y que os gustan a vosotros", como Cabaret o New York, New York, un tema compuesto para ella en la película homónima de Martin Scorsese y que después popularizaría Sinatra.
En la segunda parte, Minnelli ha montado un sentido homenaje a su madrina, la polifacética compositora y cantante Kay Thompson, titulado La madrina y su ahijada, en el que combina la música y el baile con momentos más íntimos en los que por primera vez desvelará curiosidades familiares. Es un importante detalle, ya que, aunque hoy suene habitual escuchar las intimidades de esos indómitos famosos que han forjado su fama gracias al peregrino talento de conseguir plantar su foto en las revistas, en la vida de Liza Minnelli las anécdotas comienzan con su propia concepción. Su padre era el director Vincent Minnelli, su madre la actriz y cantante Judy Garland, protagonista de El mago de Oz, y su padrino el compositor Ira Gerswhin. "Yo me eduqué con los mejores, Charles Aznavour, Bob Fosse, John Kander y, por supuesto, mis progenitores. Mi padre fue el hombre de mi vida. Él me dio los sueños, mi madre me dio la fuerza y mi madrina Kay me dio el equilibrio", confiesa.
Se niega a relacionar sus problemas de alcoholismo con su éxito prematuro y con la anomalía de haber crecido en una familia de artistas célebres, rodeada de talentos y con una madre tan famosa como alcohólica y adicta a los divorcios. "Sí, gané mi primer Tony con 19 años, fui la artista más joven en recibir ese premio, pero mis problemas no han tenido relación con el éxito. El alcoholismo es un gen y si no os lo creéis, investigad. Yo tengo el gen, no es culpa mía. Toda mi familia lo tiene. Mi padre no, pero mi madre sí. Y mi abuelo por parte de padre. Me costó años entenderlo. Es una enfermedad y no es culpa mía, pero la responsabilidad sí es mía", dice con seguridad una mujer que parece haber encontrado en esta creencia semicientífica la fuerza para salir adelante. Quizá lo más admirable sea la capacidad de reírse de su mayor tragedia e incluso de hacer bromas al respecto. "Yo he entrado y salido de rehabilitación muchas veces, pero eso no me ha dado glamour", dice en referencia a lo que parece la nueva moda en Hollywood. "Si eso fuera glamuroso yo sería la más glamurosa", espeta antes de soltar una tremenda carcajada.
Liza ha sido testigo de cómo ha cambiado Hollywood y de cómo Disney ha tomado Broadway, pero en su calidad de declarada optimista, prefiere ironizar al respecto.
"A mí me educaron en la ética del trabajo. Y era un mundo diferente. Ahora ves todas esas cosas que le pasan a gente como la actriz Lindsay Lohan y... Antes te hacían firmar cláusulas en las que te amenazaban con despedirte si te metías en algún escándalo. Los estudios se inventaban el pasado de los actores o sacaban de la cárcel a escondidas a tipos como Errol Flynn. Ahora, en cambio, parece que si no vas a la cárcel no haces carrera", dice con la sabiduría del sentido común.
La memoria, en cambio, no le funciona tan bien. Acaba de grabar un disco con un grupo de pop cuyo nombre no recuerda. "Philys, ¿cómo se llamaban?". Phylis, su asistente, una señora entrada en años sentada en una esquina del estudio de danza, ni se inmuta. Ella tampoco se debe acordar. "Bueno, da igual. Ya os enteraréis cuando salga el disco", dice sin rubor la gran Liza Minnelli. En realidad importa poco. Su voz y su genialidad siguen estando ahí y lo que no ha olvidado es su compromiso con el público. "Es parte de mi educación. Entregarme completamente a cada proyecto. Es mi mayor talento". Este mes, sus fans españoles tienen la oportunidad de juzgar por sí mismos.
El arte de ser feliz
A Liza Minnelli la vida la encaramó a la cima de Broadway con 19 años y a la de Hollywood con 26. Es una de las poquísimas artistas que cuentan en su poder con premios Oscar, Grammy, Tony y Emmy. Tiene estrella propia en el Hollywood Walk of Fame. En su discografía se cuentan más de 30 álbumes, mientras que su filmografía supera
las 20 películas. Profesionalmente ha hecho historia muchas veces, pero su vida personal no ha sido precisamente un camino de rosas. Aparte de los problemas que tuvo durante su infancia y adolescencia por el alcoholismo de su madre, sus cuatro matrimonios también fueron un fracaso. En la década de los setenta su asiduidad a la discoteca neoyorquina Studio 54 y las noticias sobre sus coqueteos la convirtieron en carne de tabloide. Entre sus íntimos amigos hay personajes como Michael Jackson, un músico caído en desgracia por sus excentricidades que hoy pertenece más al mundo freak que al musical. Pese a todo, Liza Minnelli se declara feliz: "Yo siempre he sido una mujer alegre, amo la vida y la cualidad más importante que puedes tener para mantenerte alerta y viva y en el presente es la curiosidad. Mi fuerza sale de la fe. De la fe en Dios y en la gente a la que he conocido gracias a Dios. Además, sigo creyendo en el amor. Eso sí, no pienso volver a casarme. Prometido. Y si no lo cumplo, vengan a buscarme, denme un golpe en la cabeza y llévenme a España". Palabra de diva.
© Diario EL PAÍS S.L. - Miguel Yuste 40 - 28037 Madrid [España] - Tel. 91 337 8200
© Prisacom S.A. - Ribera del Sena, S/N - Edificio APOT - Madrid [España] - Tel. 91 353 7900
samedi 4 août 2007
Inscription à :
Publier les commentaires (Atom)
Aucun commentaire:
Enregistrer un commentaire